La actitud del cirujano que se enfrenta a una rinoplastia secundaria debe estar marcada por la honestidad: tanto con su paciente, explicándole de una forma reposada y comprensible cuáles son los resultados esperables, como consigo mismo, diseñando una detallada planificación de la cirugía, con recursos suficientes para poder enfrentar las variabilidades inherentes a este tipo de cirugía.
Aunque en ocasiones la manipulación delicada de las estructuras existentes puede proporcionarnos un resultado satisfactorio, en la mayoría de los casos será necesaria la utilización de injertos de cartílago (septal, auricular o de costilla), óseos (septal o costal) o de fascia para suplir o dar soporte a las estructuras remanentes. Con frecuencia se emplean también microinjertos de grasa que rellenan pequeños defectos o suavizan los relieves.
Un último aspecto que debemos tener en cuenta es el grosor y las características de la piel. Una piel fina nos obliga a ser más cuidadosos con el esqueleto subyacente, ya que dejará traslucir cualquier pequeño defecto. Una piel gruesa salva esta dificultad, pero nos impedirá obtener relieves más definidos. La correcta valoración de la piel debe formar parte obligada de la planificación quirúrgica para conseguir los mejores resultados.
La rinoplastia secundaria es una intervención compleja y delicada, que requiere del cirujano nasal una amplia experiencia, un conocimiento exhaustivo de la anatomía y la fisiología nasales y un extenso “armamentarium” con recursos técnicos suficientes para enfrentar cualquier condición.